Caminando sin rumbo fijo nos encontramos con tres casos diferentes pero unidos entre sí sobre la discriminación que están viviendo los afrodescendientes en Bogotá. Antes de iniciar, informamos que todos los nombres aquí utilizados serán seudónimos para ocultar la identidad de los entrevistados, pues es lo que ellos desean.
“María” viene de Chocó, hermoso departamento en el donde ella tenía todo lo que quería: un techo seguro, su familia y el calor que brinda la tranquilidad y el respecto. No obstante, dada las condiciones de violencia se vio obligada a venir a una Ciudad en donde “por el solo hecho de ser negro los discriminan y eso no nos hace sentir para nada bien”. María tiene una familia conformada con “Juan”, quien trabaja en construcción, y con él tuvo cuatro hijos. En la actualidad tanto María como Juan trabajan en labores pesadas y con salarios bajos, muy bajos porque, en sus palabras, “los bogotanos cuando uno les pedí trabajo le cierran las puertas”. Como lo expresa María la vida en Bogotá no es fácil, “aquí toca comerse una comida que uno no quiere” y “la indiferencia de la gente hace que sea la experiencia pésima”. Ella y su familia recurrieron a Bienestar Familiar y a Red Unidos para buscar ayuda laboral y de educación pero la respuesta fue negativa.
Por otro lado, pero en la misma situación, está “Carlos” quien nació en la Ciudad Cali y decidió dejarla y llegar a Bogotá, porque las condiciones laborales le mostraban un panorama duro para su vida y la de su familia. Indudablemente lo que más se extraña de Cali es la familia, pero gracias a la estabilidad laboral en construcción y a la compañía de un grupo de amigos que se vinieron con el de Cali, hacen de su estadía algo más cálido. Sin embargo, lo más duro de vivir en Bogotá ha sido “el frio que da el clima, pero sobre todo, el frio causado por la actitud de la gente”. En contraste con lo que opina “María”, los bogotanos le abrieron las puertas para trabajar aunque no niega su actitud diferente “quien sabe porque”.
Jamir entro en una “mala racha”[1] pues inicialmente trabajaba en una panadería, pero tuvo inconvenientes con el dueño, lo que llevo a que se retirara, luego trabajo en comidas rápidas pero esta mala situación no cambiaba. Finalmente, motivado y en compañía de un hermano, decide iniciar este viaje hacia la capital del país. Cuando llegó a Bogotá recibió el apoyo de una tía, quien vivía en el barrio San Bernardo, ubicado en centro de la ciudad y a los quince días consiguió trabajo en una constructora, en donde actualmente sigue laborando.
Jamir se enteró por medio de un hermano que todos los de Lomarena estaban en Lisboa, Suba. Su hermano lo llevo a que conociera y le gusto porque no era peligroso como en el centro y estaban su familia de la fe[2]. Y, además, como lo expresa fue Dios quien propició que todos se reunieran en Lisboa. Jamir habla de sus padres como unas personas dedicadas al evangelio, lo cual hizo que desde sus 9 años se consagrara y encontrara la armonía en el evangelio. Estar en contacto con Dios es una manera de encontrar tranquilidad y energía, por lo tanto cuando llego a Bogotá en sus tiempos libres leía la Biblia para distraerse y, para no alejarse de la palabra del señor, lo que ayudo a omitir de su pensamiento la discriminación que vivía en Bogotá.